Empecé estos escritos en tiempos de pandemia hablando del duelo, luego he seguido con otros temas que me iban surgiendo durante el confinamiento como temas claros, como figuras nítidas que diríamos en Terapia Gestalt. A veces he hecho referencia a la sociedad, al baile de las emociones que las distintas y controvertidas normas que los científicos, el gobierno y los periodistas de los distintos medios de información iban diciéndonos, corrigiendo y volviendo a decir manteniéndonos en un constante estado de incertidumbre, duda y miedo.
Las/os que me conocéis sabéis que me gustan las novelas y películas de ciencia-ficción, especialmente las distopías.
Si buscáis en internet encontraréis esta definición[1]: una distopía o antiutopía es una sociedad ficticia indeseable en sí misma. Suele ser sinónimo de “mal lugar” y es un antónimo de utopía, un término que fue acuñado por Tomás Moro y figura como el título de su obra más conocida, Utopía, publicada en 1516, un modelo para una sociedad ideal con niveles mínimos de crimen, violencia y pobreza.
No podemos evitar fantasear sobre cómo será nuestra vida cuando salgamos del confinamiento porque no sería acertado decir cuando el COVID-19 pase ya que no es una expresión que se ajuste a la realidad. El COVID-19 ha venido para quedarse.
Y los periodistas y la televisión nos llenan de especulaciones y recomendaciones: “Habrá que llevar mascarilla y guantes”, “Deberemos mantener la distancia de seguridad de dos metros”, “Cuando abran los restaurantes tendremos que estar separados por mamparas de metacrilato”, “En la playa y la piscina, posiblemente, haya que bañarse por turno”… ¡Ni en la más terrible de las películas de ciencia-ficción hemos visto un panorama semejante! En las películas, después de las tragedias, los contagios y las pandemias, la recuperación suele ser “por arte de magia”. No solo un final feliz (que esperemos que sea nuestro futuro) sino una recuperación instantánea. Y esto no va a ser así.
¡En estos momentos nos está tocando vivir un tiempo difícil! Una pandemia debida a un coronavirus, el encierro prolongado en casa -solo o acompañado-, una situación laboral inestable, y un largo etc. que ponen de manifiesto la incertidumbre de nuestra vida presente y de nuestro futuro.
Todos estamos viviendo una especie de mini-duelo. Puede que no haya muerto ningún ser querido en estos días, entonces ¿Por qué lo llamo mini-duelo? Ni más ni menos porque en esta situación de cambio radical de costumbres estamos viviendo una pérdida real aunque no sea de la vida: hemos perdido nuestro mundo cotidiano.
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