Todos los terapeutas gestálticos, y la gente corriente de la calle, está preocupada por el efecto que las mascarillas van a hacer a nuestra convivencia. Existe especialmente una profunda preocupación por los niños. Sin poder tocarnos y abrazarnos, y con mascarilla por la calle y en los espacios públicos ¿cómo nos va a afectar en nuestro bienestar psicológico?
Todos coincidimos en que no es cómodo, ni nos gusta, ir con mascarilla, pero sabemos que es necesario. Especialmente echamos de menos el uso de la sonrisa como habilidad para agradecer o para comunicar algo afectivo en nuestras relaciones sociales. ¡Tranquilos, tenemos un cerebro que sabe compensarlo!
Noventa y nueve días han pasado desde que empezó el confinamiento, y algunos días más desde que el ya famoso –pero no por eso conocido- COVID-19 empezó a hacerse notar por el planeta Tierra.
En este tiempo no nos ha caído ningún asteroide –aunque parece que alguno nos ha pasado rozando- ni ningún meteoro, ni tampoco nos han invadido los extraterrestres –y eso que se han cansado de repetir la noticia de que por lo menos hay 36, ni 35 ni 37, civilizaciones inteligentes en nuestra galaxia!-.
Cuando vamos a enviar algún tipo de nave al espacio se hace una cuenta atrás. Cuando los corredores empiezan una competición, hay una cuenta atrás. Cuando los toros salen de los toriles en los San Fermines, hay una cuenta atrás… En estos y en cualquier otro ejemplo de este tipo, después de la cuenta atrás, hay un impulso que hace que haya una aceleración. Me explico: el cohete gana potencia y sale hacia el cielo despidiendo humo y fuego, los corredores salen con todo el impulso del que son capaces, los toros corren hacia adelante sin ningún tipo de precaución.
Y a nosotras/os nos están avisando de que están haciendo planes para nuestro desconfinamiento desde hace unos días. ¿Para qué? ¿Para qué nuestro estrés, ansiedad y aburrimiento nos hagan salir de casa en una carrera descontrolada sin meta ni propósito, llevándonos a los demás por delante? ¿Y vamos a creer que así ya somos libres?
Silencio, ausencia, dolor, soledad, vacío, impotencia, desconcierto, desolación… la lista de sentimientos puede llegar a ser interminable y abrumadora pero cierta.
Gustavo Adolfo Bécquer escribió un poema con un estribillo: “¡Qué solos se quedan los muertos!”. No estoy de acuerdo con Bécquer, los muertos descansan en paz. La frase adecuada, en estos tiempos de inseguridad debería ser “(¡qué solos se quedan los vivos!”.
Padres, madres, hijos, hijas, maridos, mujeres, nietos y nietas, amigos y cercanos han necesitado desprenderse de sus seres queridos en un intento desesperado por salvarles la vida. Y después, en esta tarea imposible, han perdido el rastro de sus cuerpos, no han podido hacer un entierro digno, no han podido acompañarlos en sus últimos momentos, ni han podido despedirse.
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