Todos los terapeutas gestálticos, y la gente corriente de la calle, está preocupada por el efecto que las mascarillas van a hacer a nuestra convivencia. Existe especialmente una profunda preocupación por los niños. Sin poder tocarnos y abrazarnos, y con mascarilla por la calle y en los espacios públicos ¿cómo nos va a afectar en nuestro bienestar psicológico?
Todos coincidimos en que no es cómodo, ni nos gusta, ir con mascarilla, pero sabemos que es necesario. Especialmente echamos de menos el uso de la sonrisa como habilidad para agradecer o para comunicar algo afectivo en nuestras relaciones sociales. ¡Tranquilos, tenemos un cerebro que sabe compensarlo!
El título de este escrito breve suena a serie de televisión pero, no, no se refiere a una película de ficción de las que vemos por televisión. He decidido llamar así a los pacientes curados del coronavirus.
Según recientes informaciones a fecha de hoy, día de domingo de resurrección, en el mundo existen 1.614.951 de personas contagiadas y de estas, 333.000 han sido dadas de alta. Y en España de 155.019 contagiados, 62.391 están también dados de alta.
Si estamos asistiendo a la fría despedida y a la soledad con la que muchos familiares tienen necesariamente que enterrar a sus muertos, no es menos frío y solitario el destino incierto de quienes se han curado y han vuelto a sus casas. Han pasado su particular calvario hospitalario solos, aislados y sin el calor y la cercanía de su familia (con suerte algún sanitario ha podido brindarles un poco de apoyo y ánimo) y aunque a alguno de ellos los hemos visto desfilar entre aplausos camino de la vida después perdemos sus rostros y su mejoría en el anonimato de ser un ciudadano más.
Silencio, ausencia, dolor, soledad, vacío, impotencia, desconcierto, desolación… la lista de sentimientos puede llegar a ser interminable y abrumadora pero cierta.
Gustavo Adolfo Bécquer escribió un poema con un estribillo: “¡Qué solos se quedan los muertos!”. No estoy de acuerdo con Bécquer, los muertos descansan en paz. La frase adecuada, en estos tiempos de inseguridad debería ser “(¡qué solos se quedan los vivos!”.
Padres, madres, hijos, hijas, maridos, mujeres, nietos y nietas, amigos y cercanos han necesitado desprenderse de sus seres queridos en un intento desesperado por salvarles la vida. Y después, en esta tarea imposible, han perdido el rastro de sus cuerpos, no han podido hacer un entierro digno, no han podido acompañarlos en sus últimos momentos, ni han podido despedirse.
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