Autora Carmen Vázquez Bandín

Andaba pensando sobre  de qué escribir y varios temas del aquí y ahora me venían a la cabeza: las vacaciones, la llegada de un nuevo año, las «depresiones» post navidad, etc… hasta pensaba en la vida e ideas de Paul Goodman, tema siempre de actualidad para mí, cuando a mi olivo, árbol de hojas perennes, se le ha caído una hoja y mi atención ha cambiado de la elección sobre lo que iba a escribir a una reflexión: «Filippos, mi olivo griego, se está preparando para la etapa siguiente…», y con este pensamiento me he acordado del ir-y-venir de la Vida. Primavera, verano, otoño, invierno…, día y noche…, sol, lluvia, nieve, viento…

Y de la Naturaleza y sus cambios, inevitablemente, vuelvo a la Terapia Gestalt y a su teoría, y a sus criterios de salud: lo estético y la flexibilidad… Y me doy cuenta de la paradoja en la que hemos caído los humanos después de más de veinte siglos de cultura.

Pareciera como que, en lo físico, entendemos y aceptamos este ir-y-venir y este «latido»: la Naturaleza nos influye y nos adaptamos creativamente a las estaciones, a los cambios climáticos…; nuestro corazón late constantemente, perdemos agua y bebiendola volvemos a recuperar, nuestros músculos se dilatan y se contraen…, todo va y viene, la autorregulación organísmica nos actualiza constantemente, y cada uno de nosotros (salvo desajustes de la fe en algunas personas, a quienes con total ligereza, pondremos la etiqueta de hipocondríacos) nos dejamos llevar por la fe,confiando en que el ritmo del equilibrio se mantendrá.

Pero en lo psicológico, la cosa cambia, la rigidez de la neurosis nos hace desconfiar de nuestros ritmos, no los tenemos en cuenta o incluso luchamos contra ellos o los censuramos…

Pensar es un borrador, un boceto que necesitamos compartir con alguien para concretar la idea… Ir y venir del otro a mí y de mí al otro. ¿Quién nos enseñó que debíamos tener las ideas claras antes de comunicarlas? Y en el diálogo: yo hablo y te digo y lo que te digo te influye y me influye, y lo que me dices me influye y te influye. Y en el ir y venir construimos nuestro encuentro; lo cocreamos. ¿Sentirnos influidos es tener poca personalidad?

Miro y te miro, y soy mirado…, y vuelvo a mí para saber qué siento con esto. Y este volver a mí me permite salir de nuevo a ti para mirarte con la nueva mirada que expresa mis sentimientos…,que te expresa a ti mis sentimientos contigo.

Siento la contracción de mis músculos que me informan de que me estoy preparando para una acción…, después llega la lasitud que me dice que es tiempo de descanso… Pero hay quien recibió tantas sorpresas desagradables en sus primeros años de vida que se quedó contraído para siempre, petrificado, para estar preparado para siempre ante cualquier sorpresa. También para esto tenemos una etiqueta: controlador, narcisista.

No somos quienes decimos que somos, somos lo que hacemos y ese hacer siempre tiene un ritmo, un latido: contracción…, expansión…, dentro…, fuera…

Si solamente te miro a ti… me pierdo en ti y ya no sé quién soy ni qué quiero. Me identificaré como dependiente, y tú serás mi héroe o mi heroína. Si me miro solamente a mí, te pierdo a ti. Solo estaré yo en el mundo. Me sentiré el ombligo del mundo. Tú me pensarás como egocéntrico/a y egoísta.

En el ir, en el «hacia fuera», dispongo de los cinco sentidos tradicionales para atender a lo fenomenológico del otro. La vista, el oído, el olfato, el gusto y el tacto me dan la información.

En el venir, al estar en mi dispongo de dos sentidos más: las sensaciones y los sentimientos.

Este ir-y-venir me da la información para el paso siguiente. Me da la fuerza, la energía para arriesgar el matiz, el «contenido»del siguiente latido.

Y con este latido, con el ritmo podemos explicar todas las etiquetas psicológicas que hemos puesto a los otros o que nos ponemos a nosotros mismos: paranoico/a, desconfiado/a, egoísta, dependiente, rígido/a, controlador/a, tímido/a, inhibido/a, vergonzoso/a… Todo se explica como una alteración, como una rigidez en el ritmo.

Según este matiz, la terapia es el espacio idóneo y seguro para destrabar las rigideces, para recuperar la flexibilidad, para ensayar la vuelta a nuestro ritmo…

Y el ritmo lleva inevitablemente a los ajustes creativos y a la fe. En el ir-y-venir el momento siguiente es totalmente nuevo, imprevisible. Solamente cuento con la información que mis sentidos me dan del otro y de mí mismo/a pero como no hay nada fijo, ni previsible, ni rígido, ni estereotipado pero, inevitablemente, sí habrá otro pulso del latido, arriesgaré mi «respuesta» a esa situación, y según su resultado podré hacer retoques, reajustes para que, contando con el otro, el encuentro satisfaga mi necesidad. Este sentimiento de que habrá más latidos y esta tranquilidad de saber que se co-crea, que se puede ir reajustando y retocando la situación, es la fe. Y la fe nunca es un sentimiento en el primer plano, pertenece al fondo, es parte de nuestro sistema de sostén, de apoyo. Nos viene dada en nuestra naturaleza de animal humano. ¿Haymayor fe que el hecho de nacer? Incapaces de valernos y de sobrevivir por nosotros mismos, organísmicamente hacemos el mayor acto de fe de nuestra vida: ¡venir al mundo dando por sentado quealguien se ocupará de nosotros hasta que seamos capaces de valernos por nosotros mismos!

Y en esta reflexión no puedo por menos que citar algo obvio para todos los que nos sentimos atraídos por la teoría y la filosofía de la Terapia Gestalt. Ningún ser vivo puede sobrevivir sin entorno. Estamos hechos no solamente para disponer e interrelacionarnos con las cosas: el aire, la comida…; estamos hechos para construirnos, para enriquecernos, para contrastar contando con los otros. Solamente sé que yo soy yo, cuando contigo tú me dejas saberquién eres tú, y en nuestras semejanzas me siento que pertenezco, me siento acompañado, siento aliviada mi soledad; y en mis diferencias me siento único, individual, original, distinto/a, y esta singularidadme hace sentirme satisfecho/a y orgulloso/a de mis logros.

Es el tiempo de acabar este escrito, ya que mi atención ha vuelto a Filippos, mi olivo griego… ¿Qué tiene que ver él en todo esto? ¡No lo sé! Pero es un ser vivo, por su cuerpo corre sangre verde, o incolora, no sé muy bien el color de su savia, que está firmemente enraizado en la tierra (todo lo que le permiten sus raíces y la maceta en la que está plantado), que no sé si es consciente de los cambios pero que desde hace años veo cómo se ajusta creativamente a ellos, que late con el pulso de la Vida y que, lleno de fe, sabe de algún modo que estoy atenta a cuidarle. Sus cambios y su vitalidad me transmiten que aprecia mis cuidados, mi cariño y mi orgullo de tenerle, y él me regala su lozanía, sus flores, su olor, su crecimiento y el placer de contemplarle en mi ventana.

De la misma manera que yo encuentro en cada uno de vosotros/as, en vuestro latir, en vuestro ir y venir al/del CTP, de vosotros/as a mí vuestro cariño, vuestra curiosidad, vuestro interés, vuestra confianza…, que matizan, estimulan, abonan, re-crean mi cariño, mi interés, mi curiosidad, mis ideas, mi satisfacción… Y… el poso de todo este ir y venir ¿sabéis como se llama?… ¡Amor!

No quiero acabar este escrito sin incluir, porque me parece el sitio oportuno y el momento oportuno, y porque muchos/as devosotros/as me lo habéis pedido con anterioridad, el remake de la famosa oración de la Gestalt de Fritz Perls. Como sabéis, fue el final de mi presentación en el Instituto Gestalt de New York(NYIGT) con motivo del 50.º Aniversario de la creación de la Terapia Gestalt.

Yo hago mis cosas y tú haces las tuyas.

En muchas de las cosas que hago, tú tienes mucho que ver,

Y en muchas de tus cosas yo he contribuido.

Yo puedo ser yo contigo mientras tú puedas ser tú conmigo.

Yo seré yo mientras tú seas tú;

Y aunque por casualidad nos hayamos encontrado,

Continuemos juntos o separados,

Nuestra vida nunca volverá a ser la misma ya que

Nuestro encuentro nos habrá enriquecido.

En este ir-y-venir me seguirá gustando que nos encontremos…

y,  si me pongo cinematográfica y galáctica… ¡que el latido

te acompañe!

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